Un
territorio cortado transversalmente por la afilada navaja de la desigualdad, de
un lado, aquellos que han logrado sacar la nariz del pozo, y del otro, a una
distancia tan enorme como imperceptible, los que permanecen en el fondo con el
agua a la altura de la nariz y sin salvavidas, esos peces del concreto que
entre el smog , los ruidos de las motocicletas, y el hedor del rio Nigua
navegan a la deriva, dos mundos paralelamente opuestos y diametralmente unidos,
uno que lleva a lavar su vehículo de lujo al Estadio Temistocles Metz y otro
que vive en la pared del Estadio Temistocles Metz, quien con todo el cuidado
lava el vehículo de lujo y sueña con ser un día el propietario de uno como
este.