EL UNIVERSAL
Es claro que una etapa de bajos precios del petróleo perjudica en
esencia a sus mayores exportadores. En este renglón caen, básicamente,
los miembros de la OPEP y Rusia. No obstante no todos los países OPEP
sufren en igual medida. Con reservas internacionales de 737 millardos de
dólares, Arabia Saudita puede capear sin dificultades una temporada de
precios deprimidos. Algo similar puede decirse de Kuwait y de Emiratos
Árabes Unidos. No en balde fueron ellos quienes determinaron la decisión
de la OPEP de no recortar la producción, de la misma manera en que su
sobreproducción ha estado directamente relacionada con la caída de
estos. Como bien pudo observarse en la reciente reunión de dicha
organización, el objetivo principal de estos países es depurar de sus
productores marginales a la industria del petróleo de esquisto
estadounidense. A mediano plazo esta estrategia buscaría conducir a un
renovado aumento de precios en medio de mercados más estables.
Entretanto, se viene encima un período difícil para la mayor parte de
los exportadores petroleros.
Teniendo claro lo anterior, cabría
preguntarse quiénes sacarán provecho de este período. Según una fuente
citada por Dave Shellok en el Financial Times del pasado 29/30 de
noviembre, esta caída de precios podría arrojar beneficios del orden de
los 550 millardos de dólares para los importadores petroleros, lo que
equivaldría al 0,7% del PIB global. A primera vista, entonces, para la
economía mundial y para los importadores habría motivo optimismo. Las
cosas, sin embargo, no son tan simples.
Los costos de la tríada
La
tríada de economías industrializadas es la que tradicionalmente deriva
mayores beneficios de los precios petroleros deprimidos. Cabría
suponerse así que Japón, quien ha venido importando volúmenes crecientes
de petróleo desde la crisis de Fukushima, debería mirar con buenos ojos
la baja en sus precios. Pero no es así. Desde comienzos de los noventa
esta nación se encuentra sumida en la deflación. Esta última es la
antítesis de la inflación, es decir, un proceso en el que las
expectativas de precios más bajos disuaden las compras y el consumo,
determinando un círculo vicioso de ganancias menores, cierre de empresas
y desempleo. Mientras el gobierno actual había logrado inducir una
pequeña inflación susceptible de estimular a su economía, la caída de
los precios petroleros revertirá los logros obtenidos.
También en
la Unión Europea se confronta una tendencia deflacionaria, producto de
la austeridad fiscal que Alemania impuso a sus miembros. Según refería
Associated Press el pasado 28 de noviembre, el Banco Central Europeo
intenta estimular la inflación pasando del 0,3% actual al 2%. Este
esfuerzo, a no dudarlo, se verá nulificado por los bajos precios del
petróleo. Caer en la deflación contrarrestaría con creces cualquier
beneficio que los consumidores deriven de una disminución de la factura
energética.
En Estados Unidos los menores costos petroleros
podrían ayudar al crecimiento económico, pero en mínima medida. Según
Goldman Sachs, citado por The Economist el pasado 25 de octubre,
una sumatoria de bajos precios petroleros y bajos intereses sólo
añadirían un 0,1% al crecimiento de su economía en 2015. En
contrapartida los costos serían decididamente altos. En primer lugar, y
dada la correlación inversa entre precios del petróleo y valor del
dólar, los menores precios petroleros incrementarán el ya inflado valor
del signo monetario estadounidense, desestimulando aún más sus
exportaciones. En segundo lugar, y más significativo aún, ello no sólo
desestimulará de manera importante los nuevos desarrollos de petróleo de
esquisto sino que borrará del mapa a los productores menos eficientes,
todo lo cual va a contracorriente de una industria que se había
transformado en el dinamo del crecimiento económico de ese país. En
tercer lugar, y según fuente del Deutsche Bank citada por Andrew
Critchlow en The Telegraph el pasado 14 de noviembre, en su
carrera hacia una mayor producción de petróleo de esquisto, el
Departamento de Energía estadounidense estimuló una peligrosa burbuja de
deuda en ese sector. Bajo las actuales circunstancias la misma podría
explotar, proyectando una crisis sistémica sobre el conjunto de su
economía.
Un cuadro en gris
En síntesis, la triada
del mundo desarrollado no tiene razones para alegrarse. Si alguien
podría hacerlo serían China, India y, en general, las economías
emergentes no exportadoras de petróleo. Pero igualmente habría que hacer
una evaluación caso por caso. Tomemos el ejemplo de Brasil. Como gran
exportador agroindustrial sacará gran provecho de la caída del precio de
los fertilizantes (derivados del petróleo), pero a expensas de frenar
los desarrollos petroleros costa afuera llamados a darle autosuficiencia
energética.
Las gradaciones del gris, y no el blanco y negro, son las que prevalecen en este cuadro.
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