Me considero un hombre serio. Eso sí, pecador como
cualquiera desde el más degenerado de los seres hasta el más santo pastor o
sacerdote llámese Pablo, Pedro, Lucas, Juan, Mateo, Marcos o David, pero me
defino como serio, de profundos valores morales y cristianos aunque no asisto
ni a misa ni a culto alguno.
Traigo esto a colación porque me doy por aludido con las infelices palabras que
pronunciara nuestro cardenal, Nicolás de Jesús López Rodríguez, refiriéndose al
sacerdote jesuita Mario Serrano Marte.
Conocí a Mario Serrano, Moreno, en el año 1984 cuando ingresé al Instituto
Politécnico Loyola. Lo conocí por medio del padre Tomás Marrero SJ, en una
reunión que el sacerdote organizó con un grupo de estudiantes que de alguna
manera le habían expresado su interés por una humanidad mejor, fundada en
valores cristianos, como la fe, solidaridad, justicia, hermandad, igualdad,
tolerancia, honestidad, compañerismo, humildad. Nos convidó a iniciar un camino
del que no hemos podido separarnos del todo, cada uno a su manera.
Moreno, con algunos 15 años quizás, levantó su mano y se comprometió con aquella utopía que nos propusiera abrazar el padre Marrero, al igual que lo hicimos la mayoría de los presentes. No todos seguimos la misma senda ni tomamos los riesgos que conlleva hacer realidad la idea de un mundo nuevo, donde no haya desigualdad, como lo ha hecho Mario Serrano (y otros más del grupo que no viene al caso mencionar ahora).
Mario Serrano es tan pecador como humano es, pero no es un “sinvergüenza” como le acusa Nicolás López, el cardenal. Entiendo que antes de hablar en esos términos sobre un hombre que de sobra ha demostrado un compromiso profundo con los más débiles, aquellos de los que no se conduele nadie, sino que los exprimen hasta la saciedad, su “eminencia reverendísima” debería preguntar sobre su trayectoria y sus orígenes. Yo sí le puedo decir, si lo desea que me pregunte. Él viene de una familia de hombres y mujeres de trabajo, a ningún miembro de su familia se le puede señalar por lo más mínimo.
En el verano de 1985 participamos juntos en una jornada de alfabetización de adultos en el poblado de Los Ríos de Neiba. Allí fuimos con Tomás Marrero y permanecimos por más de un mes entre aquellas personas olvidadas, bebiendo de su agua, comiendo de su comida, compartiendo sus problemas, brindándoles las mieles del alfabeto a cambio de la fuerza de su espíritu de trabajo, de temple, de fe. Creo que si alguien salió transformado de aquella experiencia fue Moreno.
A partir de ahí, moreno no ha transitado otro camino que no sea el del amor al prójimo, el de la entrega a las causas de los excluidos. Siempre en primera fila en las jornadas veraniegas de trabajos sociales en todo el país, inspirado en la filosofía cristiana y en el pensamiento de aquel cura que un día lo invitó al compromiso con las causas de Jesús.
Junto con él y un puñado de jóvenes más colaboramos en la implementación de la Pensión Comunitaria (PENCOM), un proyecto ideado por el padre Marrero para dar respuesta a las condiciones deplorables en que vivían muchos estudiantes del Politécnico, provenientes de apartadas provincias, quienes dormían prácticamente hacinados en oscuras y estrechas pensiones, carentes de los servicios y facilidades básicas para la vida estudiantil, pasando miles de necesidades. Esa pensión se estableció con nuestras manos y la ayuda de vecinos y vecinas que vieron en el proyecto un trabajo sincero. Y ahí estaba Moreno, participando de aquello que luego se convirtió en 5 viviendas estudiantiles más, donde más de trescientos jóvenes aprendíamos a hacer realidad el mandamiento divino que nos manda: “ama a tu prójimo como a ti mismo” y a “dar todo lo que se tiene, dar todo lo que se es, darse siempre”, como reza el lema PENCOM.
Luego de graduarse de agrónomo, Mario Serrano Marte ingresa a la Compañía de Jesús y se ordena como sacerdote en una ceremonia que se celebró en San Cristóbal rodeado del calor de las personas más humildes.
A partir de ahí, ese hijo de Dios ha transitado un sendero más incómodo que placentero, metiéndose en asuntos que no cualquiera les marcha, acompañando a quienes solo han encontrado la indiferencia y el desprecio de nuestra sociedad ciega y, de manera particular, de nuestras autoridades.
Creo que al cardenal lo que le duele es no tener el valor que tiene Mario Serrano Marte para ponerse del lado de los hermanos de Cristo, quien fue muy claro cuando dijo que lo que le hagan a alguno de esos pequeños se lo hacen a Él mismo.
Al igual que yo, Mario Serrano Marte no es un santo, pero está muy lejos de ser un sinvergüenza y, siguiendo la idea de nuestro Señor, quien le dice “sinvergüenza” a Mario Serrano Marte, me dice “sinvergüenza” a mí, a los muchachos de la Pensión Comunitaria, a Tomás Marrero y a todos los ideales y valores que por siempre hemos albergado.
Ramón Matos
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