Fuente: Manuel Mora Serrano, Diario Libre
El texto que copiaremos in extenso nos ha impresionado por muchas razones. Fue escrito por uno de los más grandes escritores que ha dado Francia. Curiosamente fue su primer libro, cuando aún era un mozo de 17 años. Por su crudeza, su actualidad en este mundo depravado que nos ha tocado vivir, lo ofrecemos, y al final señalaremos cuándo fue escrito y quién es el autor. Me parece oportuno hacerlo así porque lo que vamos a leer parece escrito por un contemporáneo conocedor profundo de nuestra realidad ética:"¿Cuándo se acabará esta sociedad envilecida por todas las depravaciones, depravaciones del espíritu, del cuerpo y del alma?
Sin duda habrá alegría sobre la tierra cuando ese vampiro mentiroso e hipócrita que todos llaman "civilización" termine de morir. Dejaremos el manto real, el cetro, los diamantes, el palacio que se derrumba, la ciudad que cae, para volver a juntarnos con la yegua y la loba. Tras haber pasado su vida en los palacios, gastado sus pies sobre las baldosas de las grandes ciudades, el hombre irá a morir en los bosques.
La tierra se resecará a causa de los incendios que la habrán quemado, y la inundará el polvo de los combates; el soplo de la desolación que pasó sobre los hombres también pasará sobre ella, y ya no dará más que frutos amargos y rosas con espinas, y las razas se extinguirán en la cuna, como las plantas azotadas por los vientos, que mueren antes de haber florecido.
Pues será realmente necesario que en algún momento todo acabe, y que la tierra se deteriore a fuerza de ser pisada. Pues la inmensidad ha de estar cansada de este grano de polvo que hace tanto ruido y perturba la majestad de la nada. El oro terminará por desaparecer a fuerza de pasar de mano en mano y corromper a quien lo posee. Este efluvio de sangre terminará por apaciguarse; y el palacio, por derrumbarse bajo el peso de las riquezas que contiene; la orgía acabará y nosotros despertaremos.
Algunos hombres, todavía errantes en una tierra árida se llamarán mutuamente; irán unos hacia otros, retrocederán de horror, asustados de sí mismos, y morirán. ¿Qué será entonces el hombre, que de por sí es bastante más feroz que las fieras y más vil que los reptiles? Adiós para siempre, carros deslumbrantes, fanfarrias y renombres, adiós al mundo, a esos palacios, a esos mausoleos, a las voluptuosidades del crimen y a las alegrías de la corrupción -¡la piedra caerá de pronto, aplastada por sí misma, y el pasto crecerá encima!- Y los palacios, los templos, las pirámides, las columnas, mausoleos reales, tumbas de pobres, carroñas de perros, todo esto estará a la misma altura sobre el pasto de la tierra.
Entonces, el mar sin diques arrasará lentamente las costas y bañará su oleaje en la ceniza todavía humeante de las ciudades: los árboles crecerán, reverdecerán, y no habrá manos para romperlos o derribarlos; los ríos correrán por praderas esmaltadas de flores; la naturaleza será libre y el hombre no estará para dominarla; su raza se habrá extinguido, pues estaba maldita desde la infancia.
¡Qué triste y extraña es nuestra época! ¡Hacia qué océano corre este torrente de iniquidades? ¡Hacia dónde nos dirigimos en una noche tan profunda? Aquellos que quieren palpar este mundo enfermo no tardan en retirarse, asustados por la corrupción que se agita en sus entrañas.
Cuando Roma sintió que agonizaba, tenía al menos una esperanza, vislumbraba más allá del sepulcro la cruz radiante que brillaba en la eternidad. Esta religión duró dos mil años y ahora se agota, ya no alcanza; la gente se burla de ella -sus iglesias caen, sus cementerios rebosan de muertos apilados-.
Y nosotros, ¿qué religión tendremos?
Ser tan viejos como somos y todavía caminar por el desierto, como los hebreos que huían de la tierra de Egipto...
¿Dónde estará la tierra prometida?
Lo intentamos todo, y renegamos de todo sin esperanza -y luego una extraña avidez se apoderó de nuestras almas y de la humanidad entera-; una inquietud inmensa nos corroe; hay un vacío en la multitud. Sentimos un frío sepulcral a nuestro alrededor.
La humanidad puso en marcha unas máquinas y, viendo el oro que salía a chorros, gritó: ¡es Dios!
Y ese Dios, se lo come. ¡Queda -es que todo ha terminado, ¡adiós! ¡adiós!- un poco de vino antes de morir! Cada uno se precipita hacia donde lo empuja su instinto; el mundo hormiguea como los insectos sobre un cadáver; los poetas pasan sin tener tiempo para esculpir sus pensamientos, apenas si alcanzan a arrojarlos sobre las hojas, y las hojas se vuelan; todo brilla y retumba en este baile de máscaras, con sus realezas de un día y sus cetros de cartón; el oro circula, el vino abunda, la fría depravación levanta sus polleras y se sacude... ¡Horror! ¡Horror! Y, luego, todo esto se cubre de un velo del que cada uno toma una parte para ocultarse lo mejor posible.
¡Escarnio! ¡Horror! ¡Horror!"
Fue la 'ópera prima' escrita en 1838 por Gustave Flaubert (1821-1880). Se trata del capítulo VII completo de "Memorias de un loco". El celebrado autor de "Madame Bovary" (1857), "Salambó" (1863), "Educación Sentimental" (1869), "La tentación de San Antonio" (1874), "Tres cuentos" (1877), que dejó inéditos cuatro volúmenes de correspondencia con el título de "Correspondance" editados en (1887-1893), la novela inconclusa "Bouvart y Pécuchet (1881) y "Diccionario de lugares comunes" (1914), estaba justamente en el meridiano del movimiento literario más fecundo y todavía vigente, que fue el romanticismo y justamente en la edad en que sin saberlo, antes de ese acontecimiento y después del modernismo actual, quiérase que no siempre como sostuvo Rubén Darío: "quién que es no es romántico, se es por derecho propio.
En este primer libro se nota el futuro genio y el gran artífice de la palabra. Capítulos después confesaría como conoció el amor total y fatalmente romántico, pero eso será motivo de otra charla con ustedes.
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