Vaticano, 28 de octubre de 2013
Al Señor Cardenal
Nicolás de Jesús López Rodríguez
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo
SANTO DOMINGO
Querido Hermano:
Por medio del Señor Arzobispo Jude Thadeus Okolo, nuevo Nuncio Apostólico en la República Dominicana, deseo hacer llegar al Episcopado, a los sacerdotes, a las comunidades religiosas, a los seminaristas, así como a todo el Pueblo de Dios de esa querida Nación mi cordial afecto en el Señor.
El nuevo Nuncio es portador de mi presencia y mi cercanía, una cercanía que quiere ser de colaboración con el Estado y las instituciones públicas, de comunión con las Iglesias locales, paternal con los creyentes, solícita con los necesitados, caritativa y solidaria con todos. Con este espíritu, les pido que reciban a Mons. Jude Thadeus Okolo como el abrazo del Papa para ustedes, con ánimo renovado y nueva esperanza, para que pueda desarrollar su misión con eficacia y acierto, contando con la colaboración, comprensión y estima de todos: autoridades, pastorales y fieles.
El Nuncio Apostólico representa en ese país al Obispo de Roma para el bien del Pueblo. Su misión consiste en estrechar los vínculos que unen a la Sede de Pedro con esa Nación, alentando a los hijos de esas hermosas tierras a recorrer el camino de la vida con la mirada puesta en Dios y la mano tendida hacia los hermanos. La Iglesia no quiere privilegios, no tiene intereses políticos, no busca alianzas estratégicas. Quiere servir, servir a todos, y por eso trabaja por el bien común, la paz, el progreso, la libertad, la justicia, la solidaridad y el desarrollo integral de los Dominicanos.Allí donde se promuevan estas iniciativas, allí se encuentra la Iglesia, dispuesta a ofrecer lo mejor que ella tiene: la gracia y la paz que nacen del corazón de Cristo crucificado.
La experiencia nos enseña que cuesta cumplir los ideales. Siempre existe el peligro de la “mundanidad”, de dejarse llevar por el espíritu de este mundo, de actuar por el propio interés y no por la gloria de Dios. Y esto nos expone no pocas veces al ridículo, sobre todo a los pastores.Por eso, es necesaria la permanente conversión personal, que sólo se puede lograr con una relación constante con Jesús, ayudados en este propósito por la fuerza interior de la oración. Rezando, siendo humildes, reconociendo que todos cometemos fallos y meditando la Palabra de Cristo nos será más fácil mantenernos en una fidelidad cotidiana a su llamada y llevar a cabo muchas obras de caridad, expresión elocuente del amor de Dios entre los hombres.
La credibilidad de la iglesia y de su colaboración en el bien del pueblo, en la defensa de la familia y de la vida humana, en la lucha contra la pobreza, pasa hoy por la docilidad de cada uno de nosotros al Espíritu del Resucitado, dejando que éste nos impulse y nos ayude. A veces nuestra debilidad se deja sentir, pero estoy convencido de que la santidad siempre es mayor que el pecado, porque la misericordia divina brilla, incluso con más fuerza, en medio de nuestras miserias. El pecado depende de nosotros, la santidad nos viene de Dios, que nunca se cansa de darnos otra oportunidad. Él siempre nos espera y comprende.
Quiero asegurarte, querido Hermano, que tengo muy presente en mis oraciones al amado Pueblo de Dios que peregrina en la República Dominicana, especialmente a los que sufren a causa de los pecados de los hombres y mujeres de la Iglesia.
Y a la vez quiero reiterarte el compromiso, claro y valiente, para que las victimas de estas torpezas sean siempre defendidas y tuteladas, de modo que la justicia sea atendida en todos sus aspectos.
Aunque no somos ajenos a los errores, pongamos también en la presencia de Dios los innumerables frutos de bien que el Evangelio ha dado y seguirá dando en esas tierras: tantos hombres y mujeres que han recibido el auxilio y la caricia de la Iglesia en sus necesidades, su apoyo en sus sufrimientos, que han escuchado una palabra de consuelo en sus tributaciones y dificultades y, sobre todo, que han creído en el anuncio de la esperanza de la redención que ella proclama.
Mons. Jude Thadeus Okolo cuenta con mi confianza y con el apoyo de mi oración, para que el Señor le sostenga en la misión que va a empezar y pueda continuar así la historia de salvación que la fe cristiana ha escrito tan luminosamente durante siglos en esos bellos parajes bañados por el Caribe.
Te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, pues ahora lo necesito más todavía.
Saluda y anima en el nombre del señor a todos los hijos de la República Dominicana, recordándoles que solamente Él puede dar la vida auténtica, plena y dichosa. ¡Qué bello es ser discípulos suyos y misioneros de su Evangelio!
Que Jesús proteja y la Virgen Santa cuide a todos los Dominicanos.
Fraternalmente,
Francisco.
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