martes, 25 de febrero de 2014

A orillas del Nigua se agota la esperanza

Un territorio cortado transversalmente por la afilada navaja de la desigualdad, de un lado, aquellos que han logrado sacar la nariz del pozo, y del otro, a una distancia tan enorme como imperceptible, los que permanecen en el fondo con el agua a la altura de la nariz y sin salvavidas, esos peces del concreto que entre el smog , los ruidos de las motocicletas, y el hedor del rio Nigua navegan a la deriva, dos mundos paralelamente opuestos y diametralmente unidos, uno que lleva a lavar su vehículo de lujo al Estadio Temistocles Metz y otro que vive en la pared del Estadio Temistocles Metz, quien con todo el cuidado lava el vehículo de lujo y sueña con ser un día el propietario de uno como este.

Sigue respirando una ciudad con los pulmones podridos y el corazón cansado de tanto latir, cansado del miedo de salir a las calles, cansado de recibir los cheques sin fondo que le han firmado tantos políticos durante tantos años, cansado de sus insomnios esperando la transformación que tantas veces le anunciaron, cansado de escuchar a sus hijos los “Orgullosamente Sancristobalence”  pedir sus cuentas para irse a otros bares.
Un territorio marcado por un plan infernal ejecutado por cada presidente que es electo con los votos de sus ciudadanos y que luego no hace nada porque si lo hace van a decir que es Trujillista (palabra que es pecado en una sociedad decente), como lo ha confirmado un procurador general de la nación, quien a su vez ignora que su puesto se lo debe a Trujillo.
Desde el rio Nigua hasta la Parroquia solo hay cinco minutos de camino a pies, desde el perdón hasta el pecado en los prostíbulos solo hay cinco minutos de camino a pies, desde la vida hasta la muerte solo hay un segundo, no importa si a pies,  en guagua o en metro.
San Cristóbal, una ciudad de larga calma y paciencia en la espera, reposa como el agua mansa de la Toma, bajo la esperanza de mejores tiempos, el recuerdo de un pasado mejor sigue alimentando los sueños de un futuro que repare todo el daño sufrido, como la madre siempre espera que su hijo cambie de vida, para que un día la policía no se lo mate, esta tierra que ha parido tantos hijos, mas hoy no puede distinguir cuales son los que la protegen y cuales los que la depredan con cerdos hambrientos.
La benemérita ciudad forjada al lado del rio Nigua donde la deuda social del Estado ha alcanzado niveles incobrables y donde sus autoridades, como sapos sobre nenúfar, saltan entre un medio y otro para dejar la culpa propia en zapatos ajenos, estos atletas de la desidia y la ignorancia, sumidos por sus vicios,  ambiciones y apetencias personales, van de rama en rama con sus primaterias visiones obnubiladas por lambones y prostitutas, que les resaltan como virtudes defectos que harían temblar a Calígula o  Nerón.
Sigue el desvelo bajo el puente sobre el Nigua de ese ejercito de enanos que solo esperan a que Gulliver se descuide, para de una vez y por todas tomar lo que por derecho les corresponde.


Debajo del puente, en el río hay un mundo de gente, abajo, en el río, en el puente. Y arriba del puente, las ocho con frío, lo tuyo es lo tuyo, lo mío es lo mío, carteles y bolsos, 
tirones y olvido, cualquiera te vende, un billete hasta el río”.. Pedro Guerra

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