lunes, 24 de febrero de 2014

Tu sexo huele, y punto

Por José María Zonta (*)

Tomado del Pais.com
Si no puedes oler la fragancia del amor no entres a su jardín.
Rumi

De niño, mi madre me regañaba por oler la comida. Es un instinto, oler lo que vamos a comer, como en el sexo. ¿Qué nos gusta oler al hacer el amor? ¿Una marca de perfume, una gota de sudor, un brillo en el pelo? Probablemente nada aséptico o detergente. El sexo es una travesía también para el olfato por las axilas, la espalda, el ombligo, los pies, el cuello.

Hasht-Behesht_Palace_ney
Hasht-Behesht palace, Isbahan, Irán (1669).
Todo lo que se puede besar, tocar y morder, se puede oler. Incluso lo que se puede escuchar, como el jazz, se puede oler. Es persuasiva la densidad del aroma vaginal, por eso el humo que sale de las paredes de este artículo, y la ebullición del aroma privado apoderándose de la nariz.
Hay un aroma en cada vagina, como su huella dactilar, pero si me empujan diría que la vagina huele a bruja quemada, no a esas que maldicen, tratan de soltar las cuerdas, se retuercen, invocan a Satanás, y dan espectáculo al poco respetable público que asistía a las hogueras. Más bien es un aroma chamuscado de bruja que casi se complace con las llamas, que le toma el gusto, que casi hierve de placer. Próxima al orgasmo su aroma se confunde con el humo y no grita, gime, no maldice, bendice, no insulta, disfruta. La vagina huele a mosto.
Es un olor oral.

¿Pero qué es eso que con cierto pudor y eligiendo desodorantes llamamos olor corporal? Pues, nuestra armadura invisible, el olor de nuestra desnudez. Lo entendió Allan Shore, en Boston Legal, cuando ante su incapacidad de expresar sentimientos, en vez de decir a su chica te amo, le dice "tú hueles rico". No voy a poner el video, pero hay una posición que permite esnifar los pies de tu pareja, y otra que permite olisquear sus axilas.
Bostonlegal
 O sea, embriagarte y hacer el amor con la nariz. Ha de ser rico que te huelan con pasión. Que no desperdicien ni uno de tus olorcitos, que te succionen con la nariz, que te evaporen a fuerza de tanto olerte. La industria descubrió las feromonas, y fabrica perfúmenes: "son tus perjúmenes, mujer, los que me sulibeyan, los que me sulibeyan, son tusperjúmenes mujer", canción de Carlos Mejía Godoy, maravilloso trovador nicaragüense; fabrica, decía, para que creamos que si nos derramamos un frasco, las chicas (o los chicos) nos arrastrarán a sus camas.
Yo no sé cuántas feromonas hay en una gota de sudor, en una gota de ti, en una gota de nosotros, pero calculo que suficientes para parar un tren. Con una ventaja: esa gota de sudor se puede oler y beber, o untar con el dedo sobre la piel, o contemplarla caer convertida en brillo sobre la lámpara.
Podemos cerrar lengua, manos y ojos, podemos taponear oídos (la noción de lo ridículo se flexibiliza en el sexo), pero no podemos bloquear la nariz a riesgo de asfixiarnos.
¿Amor a primera vista? Pero también deseo a la primera olida. El sexo es un cóctel sensorial, es un bartender que lanza nuestros sentidos en una coctelera y agita, y agita. Y sirve. A veces hay una cereza en el borde la copa. Y en la coctelera, nuestro olfato es quizá el menos nominado a los premios postorgasmo, pero su juego en la mezcla es indudable.
Hay sensualidades atadas al recuerdo de un aroma. Ese mestizaje entre vino, sudor, humedad, semen y orines bajo la sábana provoca un olor a relámpago que te derriba. Cierras los ojos y aspiras, respiras, inspiras. Estoy convencido de que las mujeres conocen esa poderosa telaraña de aromas y la usan en beneficio común. La vagina baila ese bolero, perfume de gardenias. ¿Quién no huele una manzana antes de morderla? 
Tarsilado
Detalle de 'Antropofagia', de Tarsila do Amaral

La vagina huele y punto, a favor de los bienaventurados y en contra de los tiquismiquis. Huele a licor, a galope, a tango, a piropo, a flamenco, a hierba, a alambique, a un animal que suda y jadea, a una amante que no se baña en dos días. Es un olor convencido de que las manos y la lengua pueden oler. La vagina nos convierte en tiburones blancos, que captan el olor de una hembra en celo a kilómetros. Es un olor que en la oscuridad se vuelve sonido. Es un aroma que nos enseña a olisquear que es más perverso que oler. La vagina huele a brisa fermentada, a hojarasca fermentada, a oleaje fermentado. Hay un trigal de incienso en cada vagina. Un cañal quemándose, un aguacero sobre asfalto caliente. Hay vaginas eucalipto, mandarina, jazmín, madera, tierra mojada, tempranillo. "Puedes ver la rosa, pero nunca el perfume", dice Arthur Miller, pero aquí la rosa no tiene espinas, es comestible y el perfume es el rocío de la mañana.
Si tienes pérdida temporal del olfato por congestión nasal, mira, por ti que no quede, juega con los otros sentidos y deja a la nariz en la banca, esperando su oportunidad.
En fin, que la vagina es una taza de café caliente, y una taza de té chai, tibio. Una pera en dulce.
Y no, mamá, no es de mala educación oler lo que vamos a comer.

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