sábado, 15 de noviembre de 2014

VILLEGAS Y LEBRON SAVIÑON; LA EXCELENCIA EN LA CONDUCTA PÚBLICA



Por: Daniela De La Cruz Gómez

En estos días, el recuerdo de dos grandes hombres de las letras nacionales con los cuales sostuve una gran amistad, han retornado mucho a mi memoria. Me refiero a Víctor Villegas y a Mariano Lebrón Saviñón. Ambos ocupan un lugar ilustre en la conciencia intelectual de la República Dominicana. Los dos lograron un sitial de gran respeto en lo relativo a su deber para con el arte y en su actitud y postura hacia los demás. Villegas, por ejemplo, es considerado uno de los más representativos poetas nacionales.


La consideración no es casual y para ello bastaría con leer toda y cada una de sus obras. Don Víctor, como todos le decían, era un portento en cuanto a creatividad. Nada había en él de improvisación y de facilidad. Repudiaba la actitud endeble, la falta de trabajo, la falta de seriedad, la imitación y la repetición. Rechazaba lo que calificaba como aventurerismo literario, tan frecuente en estos tiempos donde cualquiera aspira a alcanzar notoriedad pública con frasecitas de mal gusto y aforismos de mala muerte. Para él, enrolarse en la condición de poeta era casi un sacerdocio, una entrega total. Laboraba como un monje. Era dedicado, formal. Corregía sus trabajos todas las veces que resultara necesario.

Era perfeccionista. Hoy día cuando uno ve a tanta gente que se quiere presentar como adalid de la poesía, apenas le alcanza el rostro para una sonrisa compasiva ante esta postura fatua y fiestera. Cualquiera desbarra unas cuantas líneas horrendas sobre un papel y corre a publicarlas o las da a conocer por un medio como este donde cabe de todo, como en un supermercado. Y eso no les basta. Se hacen peñas, se convoca a la gente, se celebra toda una fiesta que tiene como supuesto motivo la poesía cuando en realidad ésta se ha transformado en un medio para la bacanal, la ostentación, la fiesta y hasta para la vagabundería. Decirse poeta, para mucha gente, viste y lustra una personalidad burda, parrandera y opaca. Es una tarjeta de presentación de uso múltiple. Se logran premios, cargos públicos, designaciones y hasta reconocimientos.

Las puertas de muchos salones se le abren a esta gente que cultiva de todo menos la poesía y que le encanta beber y comer gratis. Por esa misma razón recuerdo a Mariano Lebrón Saviñón. Además de ser un intelectual culto, refinado, extremadamente serio, siempre fue un modelo de caballero, de hombre de bien. 

Si de alguna manera habría que juzgar a don Mariano es como un ciudadano que es ejemplo a seguir. Un gran ser humano. Todas y cada una de las tareas que se planteaban estos hombres eran ejecutadas con amor y respeto. Con seriedad. Con entrega. En ellos no existía la palabra superficialidad, ni compromiso turbio, ni conciliábulo malvado, ni inquina para destruir a nadie. Aconsejaban con respeto, actuando como verdaderos maestros que es lo que realmente eran. No se metían en sus bolsillos los haberes ajenos como es tan frecuente ahora.

Eran estrellas en nuestro firmamento. Lo que sí es lamentable es que, en la medida en que desaparecen nuestros grandes intelectuales, y, por qué no decirlo, nuestros grandes hombres, una chusma vacua y gozosa se está robando todos los espacios. Y esto si hay que detenerlo para evitar que la Cultura siga embarrándose cada vez más en el fango de la fatuidad, la superficialidad, la politiquería, el dinero mal habido, las facilidades truculentas de la vida pública, la vana ostentación. Quienes quieran mirarse en este espejo pues que se miren.

Quiera Dios y recapaciten y nos dejen en paz y se dediquen al trabajo serio y real y se decidan, que no lo van a hacer, por abandonar esa actitud de cháchara, banquete, vino barato y romo en que se viven fotografiando de manera frecuente. Ejemplos como don Victor Villegas y Mariano Lebrón Saviñón son los que deberían ser expuestos, estimulados, impulsados. Lo otro…bueno, ustedes saben.

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