miércoles, 21 de enero de 2015

Le roba la chequera al cura y se gasta el dinero de los fieles en prostitutas

Iglesia de Santiago
Vicente se quedó mirando la chequera con ojos de deseo. Cuántas cosas podría hacer con ella, se dijo mientras desfilaban por su cabeza algunas de esas fantasías. Reparó entonces en que el cura no estaba en su despacho ni se le esperaba en los próximos segundos. Tenía tiempo de sobra para sucumbir a la tentación. Era en ese momento o nunca. Un pequeño ángel se levantó sobre su hombro derecho para recomendarle que apostara por la honradez y se olvidara de aquel dinero fácil. Pero otro demonio más fuerte le susurró algunas de las extravagancias que podía llevar a cabo, y eso bastó para inclinar la balanza del lado del mal.


Vicente, que no había hecho nada similar antes, renunció al Cielo a cambio del placer pasajero que le ofrecía la chequera del cura y se abalanzó sobre el montón de talones cual buitre sobre el cadáver del desierto. Se lo metió en el bolsillo y se largó. El talonario contenía 28 cheques referidos a la misma cuenta corriente, la de la parroquia de Santiago y San Juan Bautista, situada en la plaza de Santiago de Madrid.

Una vez a salvo de cualquier sospecha, se sentó y puso su tesoro sobre la mesa. Lo miró fijamente y lo abrió por la primera página. Agarró un bolígrafo y rellenó uno por uno todos los conceptos. Para terminar, imitó la firma del sacerdote y, en el hueco de la cantidad, puso el importe que le apeteció en ese momento: 1.200 euros.

A continuación, abrió el segundo talón. Repitió la operación. Luego hizo lo mismo con el tercer cheque. En el cuarto, se atrevió con un poco más de dinero: 2.000 euros. En el quinto, volvió a los 1.200. En el sexto, recuperó los 2.000. A partir de ahí, fue subiendo: 2.400, 2.600, 2.800, 3.000, 3.600 euros. Los importes iban fluctuando con el fin de no mosquear al banco en el que posteriormente cobraría la pasta.

Vicente se quedó mirando la chequera con ojos de deseo. Cuántas cosas podría hacer con ella, se dijo mientras desfilaban por su cabeza algunas de esas fantasías. Reparó entonces en que el cura no estaba en su despacho ni se le esperaba en los próximos segundos. Tenía tiempo de sobra para sucumbir a la tentación.

Era en ese momento o nunca. Un pequeño ángel se levantó sobre su hombro derecho para recomendarle que apostara por la honradez y se olvidara de aquel dinero fácil. Pero otro demonio más fuerte le susurró algunas de las extravagancias que podía llevar a cabo, y eso bastó para inclinar la balanza del lado del mal.

Vicente, que no había hecho nada similar antes, renunció al Cielo a cambio del placer pasajero que le ofrecía la chequera del cura y se abalanzó sobre el montón de talones cual buitre sobre el cadáver del desierto. Se lo metió en el bolsillo y se largó. El talonario contenía 28 cheques referidos a la misma cuenta corriente, la de la parroquia de Santiago y San Juan Bautista, situada en la plaza de Santiago de Madrid.

Una vez a salvo de cualquier sospecha, se sentó y puso su tesoro sobre la mesa. Lo miró fijamente y lo abrió por la primera página. Agarró un bolígrafo y rellenó uno por uno todos los conceptos. Para terminar, imitó la firma del sacerdote y, en el hueco de la cantidad, puso el importe que le apeteció en ese momento: 1.200 euros.

A continuación, abrió el segundo talón. Repitió la operación. Luego hizo lo mismo con el tercer cheque. En el cuarto, se atrevió con un poco más de dinero: 2.000 euros. En el quinto, volvió a los 1.200. En el sexto, recuperó los 2.000. A partir de ahí, fue subiendo: 2.400, 2.600, 2.800, 3.000, 3.600 euros. Los importes iban fluctuando con el fin de no mosquear al banco en el que posteriormente cobraría la pasta.
Fuente: El Confidencial

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