Por Santo Domingo Guzmán
Recientemente me informaron
que la pequeña escuelita en la que di mis primeros pasos en el largo camino hacia
la autodeterminación a la que aun no he llegado, se le iba a nombrar, es decir,
iban a colocarle un nombre de algún personaje, lo que me llevó a pensar, que ya
esa escuela tenía su propio nombre, pues todos los centros educativos que no
llevan el nombre de alguien, se le coloca el nombre de la comunidad de donde
son.
Y así, precisamente, le
llamábamos a esa pequeña escuelita de la zona que llevo el honor de haber
nacido, vale decir, Escuela Básica “El Macao”, ahora ubicada en El Fondo de
Mucha Agua.
Al recibir esa información,
quedé un poco confuso, pues pese a que no soy de los que cree en esas
vanidades, pensé por unos días en la persona que sí podía ser digno de que se
le tomase en cuenta para cambiar el nombre de mi escuelita que por tanto tiempo
vi a mi profesor colocar en la parte superior del pizarrón, “El Macao, hoy es (día),
del mes de…, del año 19…”. Así, me dije
a mi mismo, creo que Cesáreo Lara Lucas
(Silvio), se merece eso.
Sin embargo, pocos días
después quedé aun más confuso, con la nueva información que recibí y es que a
la escuela se le había el nombre de una dama que sí era como una madre para
nosotros, pues fue la primera vecina que conocí, es decir, la vecina más
cercana y madre abnegada de casi igual número de hijos que también tuvo mi
madre.
Su nombre de pila no lo
recuerdo, porque nosotros la conocíamos como Helena, esposa del señor Marino
Martínez y como ya dije, una segunda madre para mi y mis hermanos.
Esas cualidades la poseen
cinco millones de mujeres vivas y otras ya idas a destiempo, como es el caso de
la especie. Doña Helena, madre de
Guacha, Tito, Julita, Lucila, Hijo, Moreno, entre otros que no recuerdo (todos
son Alias), es como ya señalamos, una gran mujer que se merece eso y más,
siempre y cuando no aparezcan otros que posean más méritos que ella y que estén
ligados a la educación como es el caso.
El nombramiento se inscribe
en el hecho de que supuestamente era ella quien prestaba alguna que otra ayuda
a los maestros que subían a la escuela a dar clases, pero ¿cual es más
importante, pasar o brindar un vaso de agua o una que otra porción de comida a
un profesor o, ese mismo profesor caminar diez kilómetros diarios a impartir el
pan de la enseñanza durante una decena de años y luego brindar su residencia a
los otros profesores que tenían que trasladarse a esa escuela para que no
tuvieran que pasar por la que él pasó?
Por lo que verán, no tenemos
nada en contra de quien podemos decir, sin temor a equívoco, fue como una
segunda madre, de lo que sí estamos en contra es que se relaje con los nombres
que le vamos a dejar a nuestra próxima generación. Nombres que deben estar seguidos de una
historia que cuando ellos la analicen, se den cuenta que los que tal cosa
hicieron no estaban inventando.
En el caso que nos ocupa, el
nombre de Cesáreo Lara Lucas no es
un invento, es el nombre que identificaría a la escuela que por treinta años o
más le brindó un servicio que es de todos conocidos. Lo demás, sería inventar con lo que en un
futuro no muy lejano sería cambiado, por no encontrar, los que analicen los
hechos, una lógica real por la cual, esa escuelita a la que aun quiero con
amor, porque en ella aprendí las primeras lecciones, una historia que se
mantenga viva y pase la prueba del tiempo.
Si de algo sirve, los
nombres colocados a establecimientos públicos, y podemos poner como ejemplo en
primer lugar a hospitales, son aquellos que han estado ligados a esas mismas
áreas, tal es el caso de los hospitales Dr. Darío Contreras, Dr. Robert Reid
Cabral, Dr. Ney Arias Lora, etc., como ven, todos esos nombres han estado
ligados a la medicina.
En el caso de centros
educativos para llegar al caso que nos ocupa, tenemos casos como en San
Cristóbal, Enedina Puello Renville, Manuel María Valencia, Pablo Barinas y un
caso cercano, Escuela Prof. Matilde Cuevas en Humachón, para citar solo unos
pocos. Todos han estado ligados a la
educación.
El caso de Matilde Cuevas,
una profesora que por 30 años o más, igual que Lara Lucas, impartió clases en
la escuela que hoy lleva su nombre, ¿no creen los amigos que han tomado tan
nefasta decisión, que si una profesora que impartió clases por todo ese tiempo
merece ser tomada en cuenta, también lo merece un profesor que viajó más de
diez kilómetros diarios por más de diez años, se mudó al lugar y luego brindó
apoyo a los otros profesores que le tocaba el mismo lugar para impartir enseñanza? A mi me parece que en éste caso lo que ha
habido es un poco de pasión y esas cosas no se hacen por pasión, porque aparenta que estamos pensando de manera artesanal y luego
no resisten la prueba del tiempo.
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