domingo, 17 de mayo de 2015

PLD crucificado

Por Leonardo Cabrera

En principio era una doctrina, una filosofía, con un líder, mentor y guía rodeado de  muchos discípulos, que unidos por un sueño, una ilusión, una meta y el firme propósito de  alcanzar el poder  para  transformarlo y convertirlo en un instrumento de  avance y progreso en favor de la gente, y se abrazaron a  un lema,  y lanzaron el grito de "Servir al Partido, para servir al pueblo."


En principio eran sacrificios, esfuerzos, hermandad y colaboración, no obstante, las carencias y limitaciones  que la situación económica les imponía, avanzaban asidos de las manos  con su fe puesta en el horizonte, confiados en las sabias orientaciones del forjador   de aquella  pequeña entonces  pero gran estructura, construida con una férrea  y disciplinada zapata capaz de resistir las adversidades de la naturaleza y seguir en pie, orgullosamente erguida.

En principio, todos eran guardias rasos, los rangos  y jerarquías, aunque distinguían, no implicaban superioridad, pues todos trabajaban  uniendo sus fuerzas  empujando en un solo sentido, hasta que llegó  el día esperado, y uno de sus discípulos, señalado por su mentor  fundador  y con la bendición de un gran líder  opositor     asumía el control de  la cosa pública, el poder ya estaba en sus manos.

Era entonces la hora  de la vendimia, la  recolección de la cosecha, era una nueva vida, y de manos de ese  discípulo  comenzaron los ascensos y dejaron de ser guardias rasos,   y ahora los  rangos  y la superioridad tomaron ribetes  diferentes,  ya eran  generales, comandantes  de brigadas, y el discípulo era bueno,  todos les sonreían, decían quererlo  y elogiaban su  mandato y su sabio proceder.

Pero  habiendo  llegado otro discípulo al poder, un año antes de concluir su gobierno, sus funcionarios y  algunos  comandantes convocaron   el Concejo de Generales y ordenaron    modificar la ley  para  que éste pudiera extender  su mandato  contrariando  las intenciones de  regresar del primer discípulo  en ascender  a la presidencia,  provocando su enojo y la rebeldía de sus  fieles y cortesanos cuyas  lisonjas  y reverencias parecieran sinceras y no por pura  y simple  conveniencia.

Ahora   la mesa está servida y  el manjar  de los dioses espera que los comensales se pongan de acuerdo, para saber cuál de ellos  será el primero en sentarse, sin  provocar que muchos asientos queden vacíos  y lo que pudo ser un excelente banquete  entre vinos, champagne, pavos, terneros y delicatessen, por no saber en honor de quien se    chocarán y libaran  las copas,  pueda   convertirse  en la última cena de un partido crucificado.
Fuente: La Periorevista

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