Por Leonardo
Cabrera
En principio
era una doctrina, una filosofía, con un líder, mentor y guía rodeado de
muchos discípulos, que unidos por un sueño, una ilusión, una meta y el
firme propósito de alcanzar el poder para transformarlo y
convertirlo en un instrumento de avance y progreso en favor de la gente,
y se abrazaron a un lema, y lanzaron el grito de "Servir al
Partido, para servir al pueblo."
En principio
eran sacrificios, esfuerzos, hermandad y colaboración, no obstante, las
carencias y limitaciones que la situación económica les imponía,
avanzaban asidos de las manos con su fe puesta en el horizonte, confiados
en las sabias orientaciones del forjador de aquella pequeña
entonces pero gran estructura, construida con una férrea y
disciplinada zapata capaz de resistir las adversidades de la naturaleza y
seguir en pie, orgullosamente erguida.
En
principio, todos eran guardias rasos, los rangos y jerarquías, aunque
distinguían, no implicaban superioridad, pues todos trabajaban uniendo
sus fuerzas empujando en un solo sentido, hasta que llegó el día
esperado, y uno de sus discípulos, señalado por su mentor fundador
y con la bendición de un gran líder opositor
asumía el control de la cosa pública, el poder ya
estaba en sus manos.
Era entonces
la hora de la vendimia, la recolección de la cosecha, era una nueva
vida, y de manos de ese discípulo comenzaron los ascensos y dejaron
de ser guardias rasos, y ahora los rangos y la
superioridad tomaron ribetes diferentes, ya eran generales,
comandantes de brigadas, y el discípulo era bueno, todos les
sonreían, decían quererlo y elogiaban su mandato y su sabio
proceder.
Pero
habiendo llegado otro discípulo al poder, un año antes de concluir
su gobierno, sus funcionarios y algunos comandantes convocaron
el Concejo de Generales y ordenaron modificar la
ley para que éste pudiera extender su mandato
contrariando las intenciones de regresar del primer
discípulo en ascender a la presidencia, provocando su enojo y
la rebeldía de sus fieles y cortesanos cuyas lisonjas y
reverencias parecieran sinceras y no por pura y simple
conveniencia.
Ahora
la mesa está servida y el manjar de los dioses espera
que los comensales se pongan de acuerdo, para saber cuál de ellos será el
primero en sentarse, sin provocar que muchos asientos queden vacíos
y lo que pudo ser un excelente banquete entre vinos, champagne,
pavos, terneros y delicatessen, por no saber en honor de quien se
chocarán y libaran las copas, pueda
convertirse en la última cena de un partido crucificado.
Fuente: La Periorevista
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