domingo, 25 de enero de 2015

LA ENCRUCIJADA HAITIANA Y LA REALIDAD DOMINICANA EN EL EPICENTRO DE UNA CRISIS PERMANENTE

Por: Daniela De La Cruz Gómez
Michel Martely, presidente de Haití.
Los cálculos más optimistas cifran un modelo de crecimiento económico en Haití parecido al de la República Dominicana hacia el 2030, es decir, para dentro de tres lustros.

Actualmente, la República Dominicana se sustenta en una economía al menos ocho veces más sólida que la de Haití, ésta última lastrada por crisis políticas, casi ausencia de recursos propios, dependencia de la comunidad internacional, fenómenos naturales extremos, ciclones devastadores y el terremoto del 2010, que colocó a ese país en el hoyo más profundo de su existencia social e histórica.

Debido a la represión dictatorial que sufrió Haití hasta 1985, de ese país apenas se sabía que sufría una de las peores calamidades del hemisferio.

Casi no salían las noticias sobre la gigantesca hambruna que llevó a la gente a comer lodo para apenas sobrevivir ocasionalmente y si la providencia no disponía otra cosa.

Tras el terremoto, se desataron otras fuerzas telúricas: la realidad de un país inhabitable, que expulsa por hambre, desempleo y miseria atroz a sus ciudadanos.

El mundo conoció de manera directa lo que sólo sabía de manera tangencial: que en Haití la sobrevivencia, al menos para los más desposeídos, es casi imposible.
Una élite económica, que se alimentaba del sentimiento de caos imperante en Haití, mantenía un estilo alto de vida tras enormes paredes protectoras.

El terremoto llegó también para los ricos, pues sus edificios centenarios se derrumbaron con muchas de sus viviendas y posesiones.

Millones quedaron a la intemperie y la comunidad internacional se volcó hacia la empobrecida nación.

Los esfuerzos de las Naciones Unidas y de personalidades como Bill Clinton, expresidente de Estados Unidos, para remediar la crisis económica y sus derivaciones políticas y sociales no han sido suficientes.

Haití es un barril sin fondo en cuanto a las perspectivas de mejoramiento de esos factores negativos, a corto plazo.

El gobierno de Michel Martelly ha ido de crisis en crisis, incapaz de sortear la tormenta perfecta y permanente haitiana.

Haití, en su desesperación, en su ilusión de bienestar, ha creído ver una luz al final del túnel enviando a sus ciudadanos a la República Dominicana, que tiene un poco más de organización, mejor economía e instituciones más o menos aceptables, a cruzarse la frontera a cualquier precio y sin los debidos controles legales e institucionales.

Esto extiende la crisis de Haití hacia la República Dominicana que ve amenazados sus bosques, inexistentes ya en Haití, sus recursos hospitalarios, de por sí limitados, con los hospitales abarrotados de parturientas haitianas y personas de esa nación en procura de salud.

Encima de aquello, organismos llamados ONGS e instituciones internacionales, iniciaron una agresiva campaña contra la República Dominicana con las más variadas acusaciones de racismo, de exclusiones y otras lindezas, con la finalidad de asentar una cantidad considerable de haitianos en República Dominicana como si fuesen dominicanos de pleno derecho.

Esto produjo otra crisis en los dos países en los cuales no se llegó a descartar una confrontación, que, se dice, hubiera sido del agrado de vendedores de armas a fin de venderles a los dos bandos una vez que se iniciaran las hostilidades.
La habilidad diplomática, la paciencia y otros factores, desarmaron ese hipotético proyecto bélico.

Pero los problemas continúan y el bosque dominicanos se extingue con la quema de sus árboles, la incursión haitiana en aguas dominicanas y las confrontaciones a menor escala entre haitianos y dominicanos.

Haití no acaba de reconocer al parecer que su vecino es un Estado independiente, que tiene leyes y que tiene recursos limitados que no puede perder, que su espacio no puede ser invadido ni siquiera pacíficamente y que tiene el derecho irrenunciable de preservarlo en momentos en que es sometido a visitas diarias de miles de haitianos desesperados y engañados por mafias que operan a ambos lados de la frontera de más de 300 kilómetros de largo.

Los esfuerzos de avenencia y de convivencia pacífica entre el gobierno dominicano de Danilo Medina y el de Michel Martelly no han dado todos los frutos pero al menos han atenuado las fricciones.

La crisis, sin dudas continuará por el hecho incontrovertible de que las carencias haitianas y las reiteradamente denunciadas amenazas a la integridad del Estado dominicano se mantendrán por un buen tiempo todavía.

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